22.10.07

Texto seleccionado de octubre (taller jueves): BEBÉ LOBO



Bebé lobo


Juana Flores


En la oscuridad se escucha la voz suave, dulce, algo quebrada, de un hombre que no llego a ver bien. Su voz no lucha por un espacio en el tiempo ni toma carrera trémula; se hace presente para mí con una fuerza obvia, como se hace presente la luna llena a la mirada de los amantes nocturnos.

* * *

Estoy “en tránsito”; haciendo tiempo en una ciudad que no conoceré. Descubro la magia de la música en mis auriculares. Las creaciones del hombre de la voz dulce y quebrada me acompañan y no me siento sola. Saco mi cuaderno; comienzo a escribir: “La banda suena mientras la chica de los masajes, a mi derecha, pierde su mirada en el infinito de ventanales gruesos que la separan de la pista, de la noche.”

Recuerdo su última visita. Llegó a casa con un gorro de lana que le tapaba las orejas y un rompevientos oscuro. Atravesó la puerta con la cabeza gacha y mirando a los ojos. Tiene cara de topo pero alma de lobo herido. Subió por un té que luego no aceptó tomar; me hizo reír hasta que habló de su enojo del sábado anterior. Insinúa haber hecho lo que no quería. Fantaseo con varias escenas más o menos tristes, pero luego simplemente me quedo con esa sensación de fraude, de vacío ante uno mismo.

Los viajantes pasan tironeando de sus pertenencias, haciendo rodar sus valijitas y yo sigo escribiendo:

Arquetípico abrazo;
tu boca en mi cuello,

y el pecho que sube y que baja.

Tu cabeza en mi regazo;

engarce de brazos y manos.

Una paz, un mimo, una cercanía.


Al lado mío dos mujeres cuidan de un bebé, igual que lo hacía yo con mi amiga Alicia cuando jugábamos a las muñecas. Las observo absorta en la poesía de las canciones. Me acuerdo de Cohen, y después de Whitman, y siento que escribir es tan natural como el bebé, como la desazón de la chica de los masajes, como el aullido que no escuchamos, pero intuimos, tras los gruesos ventanales.

* * *

En medio del pecho siento un calor desmedido, el corazón me late a una velocidad inusitada. Es miedo al miedo separando poco a poco la epidermis de mi cuerpo, alejándome de mis límites físicos. Es el recuerdo del miedo actuando con una premura y en forma ingobernable para la mujer encerrada. Ella abre las ventanas, se moja la cara, se quita el abrigo, se bebe un trago fuerte. Ella sabe que todas las acciones inevitables, irremediables, necesarias para una supuesta supervivencia, no hacen más que alejarla de sí, de mirarse a la cara, de encontrarse y abrazarse.

Por fin suena el timbre. La voz suave del otro lado; un alivio.
Me pongo una remera de manga larga, algo más acorde a la temperatura ambiente, me seco la cara e intento semejar cierta normalidad. Imposible. Ya lo había llamado veinticinco minutos antes, contenida pero desesperada.

Ahora el abrazo no es arquetípico; es envolvente, es salvador, es necesario. Intento desarrollar en palabras un esquema comprensible pero sé que es como querer atrapar sus noches de lobo. Lo importante es que mi mano derecha se zambulle en medio de un pecho caliente, de un nido que calma mi corazón embravecido.

Mientras tanto, imagino que podríamos darnos amor como los gatos. Ellos levantan las manitos y se tocan, enroscan los cuellos, sacan las garras, se alejan y erizan la cola, vuelven olisqueándose, pendientes uno del otro, amando la libertad, gustando de la noche, de exhibir su belleza, de darla. Y sin embargo con ese dolor ineludible de la vida.

Yo los entiendo demasiado. Soy otro gato deseoso de meter constantemente mi cabeza en un cuello protector y amante, en un cuello que huela a piel lavada, a dulzura triste, a hombre con mirada profunda y olor a madera. Pero no somos gatos y conozco bien esos cabeceos de felino.

Entonces me separo y voy por mis escritos. Elijo algo y comienzo a leer. Estamos cerquita pero mediados por objetos, protegidos por ellos. Me doy cuenta de que me patina algo la lengua y me causa gracia. Él también ríe. Por un rato no hay bebés, lobos ni gatos. Solo nos disfrutamos, mientras la luna llena brilla afuera para otros.

2 comentarios:

laura dijo...

Leí varias veces este texto, tiene imágenes potentes, hermosas. Me costó hincarle el diente y hoy supe porque. Creo que el título me ocasionaba una especie de bloqueo. Me zambullí directo y lo disfruté

VESNA KOSTELIĆ dijo...

Reincidí en tu texto, Flores, un viaje. Me gusta como siempre de vos, la voz sin desmesura, las imágenes recurrentes que van hilvanando el sentido del texto. Me encantó volver a leerlo.