17.9.07

Texto seleccionado de agosto: RETAGUARDIA


Retaguardia

Gora


Hacía mucho calor, recuerdo. Avanzábamos en bloque, tratando de conseguir agua a cada rato para no deshidratarnos. Yo estaba en el cordón, justo en la unión entre franceses y suecos. La cadena humana estaba tan tensa como nosotros mismos. Sed y nervios no amainaban la firmeza. Al grito de raus, raus, raus, avanzábamos. Un coro a capella de distintas voces, en infinidad de idiomas, mantenía los ánimos encendidos. Y salían las señoras a sus balcones para saludar a la multitud que pedía algo para refrescarse. Cada vez que caía un baldazo o una botella desde algún edificio, llovía una fiesta de aplausos. Aquel líquido maravilloso renovaba nuestras energías.
Una emboscada casi frustra nuestros objetivos. Tuvimos que atravesar un túnel largo y oscuro. Nuestras manos se aferraron unas a otras con más fuerza que nunca, para lograr atravesar, ilesos, la negrura de un lugar recóndito en una ciudad desconocida para nosotros. Caminamos a ciegas con el pecho apretado, agudizando los sentidos y manteniendo el estado de alerta. Los cánticos se hicieron oír más aún, retumbaban junto al eco de los pasos como verdaderos gritos de guerra, imprescindibles para enaltecer el coraje en condiciones adversas.
Sin ver sus rostros sentíamos los escudos. Respirábamos adrenalina temiendo que algún novato imprudente fuera soltar un gas en aquel recinto claustrofóbico. Oímos un grito, que por efecto dominó fue propagado en varias gargantas. Las consecuencias podrían haber sido nefastas de no ser porque ellos tenían más miedo que nosotros.
Volvimos a la luz agitados, el cordón lateral izquierdo se desarmó por algún motivo que nunca supe. Algunos abandonamos el sector derecho para controlar la situación lo antes posible. En eso veo a Neven derribado en el suelo y palazos de todos lados. Me arrojé delante de él para sujetarlo con fuerza. Trataban de apartarlo de la multitud y llevárselo a golpes de cachiporra. Yo me aferraba a él con todo mi ser, aguantar los garrotes no era nada para mí; las posibles secuelas físicas eran incomparables al daño que podían hacerme si lograban arrancarlo de mi lado. Neven se sujetaba a mí tratando de cubrirme. Y así rodamos hacia el centro del bloque, encadené su brazo con el mío y juntos, abrazados, continuamos la marcha.