7.12.07

Relato de amigas: La ida

La ida

Machi

Tenemos que ir a verla, dice I. Yo la miro moviendo la cabeza. Pienso que no vale la pena decir lo mucho que me mortifica la situación. Me corren las lágrimas cuando apago la luz y se aparece su cara sin que yo la llame. Tengo que ir, tengo que ir, parece un eco mi voz. Siento que el esfuerzo de enfrentarme a esa situación es tan grande como si me obligaran a subir una montaña.
Tuve un sueño extraño esta semana. Caminaba por un sendero empinado, angosto y pedregoso. Subía ayudada por un tronco fino que tiñó la mano de negro y la volvió pegajosa. Llevaba un pañuelo blanco en la cabeza y era anciana. Al llegar a la cima entré a una especie de fortaleza, allí me rejuvenecía. Se acercaba un hombre de mediana edad. Me tomaba de las dos manos y yo lo permitía con una tranquilidad y una entrega sorprendente. Al hacerlo todo su cuerpo temblaba y la cara se transformó en un globo gigante a punto de estallar, los ojos se le pusieron saltones y se lo veía sufriente. Yo lo miraba fijo, enfrentando aquel dolor y en ese preciso instante sentía como me despegaba de mi cuerpo viajando por el tiempo y el espacio. Mi energía iba y venía, traviesa y feliz, por todos los lugares que me gustan. Al regresar el hombre me abrazó y dijo que estoy curada, que puedo descender y así lo hice.
Queda poco tiempo pero me niego a verla así. Busco en la biblioteca los libros que me trajo de México y los que le robé : Neruda y el cancionero de la Guerra Civil Española .
Acaricio el escarabajo que me regaló cuando fue a Egipto. Le saco el polvo y paso mi dedo como si se pudiera despintar, a la máscara del Carnaval de Nueva Orleáns que tanto disfrutó. Abro la vasija de porcelana azul pintada tan delicadamente por manos griegas y respiro el aroma del aceite que guarda, hamaco en la palma de mi mano la nuez del huerto de sus antepasados sicilianos. El platito de cerámica de Fes ocupa un lugar preponderante, es que ese viaje a Marruecos fue especial . Me parece verla con sus largas uñas rojas, el cigarrillo en la mano derecha, centro absoluto, contando sus aventuras. París, San Petesburgo, Vietnam, España, el mundo entero saboreó. Nada le gustaba tanto como viajar.
Ya sé que debo ir. Me niego a darle un beso y no sentir sus exquisitos perfumes franceses y en cambio aceptar estos aromas nuevos que la invaden: fármacos, éter, pañales descartables, alcohol, pomadas para las éscaras.
Todavía conservo alguna toalla de las que me regaló cuando tomé la decisión de mudarme sola, ella lo festejó como una adolescente . Heredé cantidad de ropa que ella había usado con gran amor. Me las ofrendó contándome deliciosos secretos de cada prenda. Y yo las acepté con alegría, sabiendo lo que significaba aquel traspaso de prendas, sabiduría pura, de compinches.
Soñé también con niños que me tocaban timbre, estaban vestidos de riguroso negro, sus caras con máscaras de la muerte. Me miraban fijo y yo sostenía la mirada, enseguida me rodeaban y no me dejaban mover. Lloraba con miedo, sentía las lágrimas saladas quemándome las mejillas y dejando una gran cicatriz, como un hueco en la tierra. Uno de los niños con voz muy aguda me ordenaba: “tenés que ir”, y el coro de los otros niños con voz grave:”debe ir” . Me despierto sollozando, empapada la almohada y digo: voy a ir.
Hasta el año pasado caminamos juntas en la Marcha del Silencio; cada Primero de Mayo nos encontró cantando el Himno . Y en el Palacio Legislativo, con quimioterapia de por medio, casi sin pelo, estuvimos paradas en un muro.
Respiro coraje, ya se acaban los tiempos. Me baño, me perfumo, me pinto. Me preparo como si de un cumpleaños se tratara. Envuelvo en papel verde la botella de vino hecha por mi hijo y que le tengo prometida. Hace calor, transpiro, me duele el estómago. Quedé en llegar a las cinco pero he dado tantas vueltas que se me hizo tarde, tomaré un taxi. Ella es tan ansiosa como yo, seguro que ya está mirando el reloj. El ojo de vidrio azul que me trajo de Turquia para conjurar los maleficios parece abrir y cerrarse con los reflejos del sol. Desistí de las flores porque ya me dijo que la hacen pensar en su velorio. Ya casi no come así que nada de tortas. Está escribiendo un libro para sus tres hijas con todas sus recetas, a mano , porque nunca se amigó con la computadora. ¿Le alcanzará el tiempo?
Cuando llego está con L. y él le acaricia la mejilla. En ese preciso instante M. abre la mano para devolverle la caricia y empiezan a llover flores sobre la cama.

2 comentarios:

RosaMaría dijo...

Maravillosa ofrenda de amor y muy bien expresada. Los sentimientos hacen aflorar sentimienos y el lector vive lo que tu vives en tu escrito.

Anónimo dijo...

Te debo mi poema.
Este relato es precioso y sabemos que fue muy oportuno cuando lo escribiste. Me gusta mucho, me identifico (a pesar de que nunca viví algo así: mis amigos mueren todos súbitamente)