17.5.07

Relato de camillas: Sangre


Sangre

Gora


No exageres”, se decía a sí misma, “no puede ser tan doloroso. Cuanto más pienses en ello más va a doler.” Pero enseguida la sensación de una cuchilla raspando una herida abierta en lo más íntimo de su ser le nublaba la vista como un fundido, como un telón negro delante de sus ojos y chispas que saltaban de un lado a otro. Insoportable simplemente.
-Ya está -le dijo el médico, justo cuando creía estar a punto de desvanecerse. –Que guapa sos, ni un solo grito, impresionante.
Ella bajó de la camilla y al sentir que sus tontas piernas no le respondían, tomó asiento en el sillón más próximo. Él le acercó un vaso con agua a la vez que depositaba una cucharada de azúcar debajo de su lengua.
-¿Te sentís bien o te quedás un rato? -le preguntó sin mirarla.
-No, me voy –respondió sin titubeos.
Bajó las escaleras como si nada y salió del edificio. Hacía calor y estaba nublado. “Tengo hambre” pensó, “mucha hambre”. Fue tan rápido todo que no había tenido tiempo de desayunar aún. Comenzó a deambular sin dirección preestablecida y a los pocos minutos ya estaba mareada. El vapor del asfalto la asfixiaba. Las siluetas humanas iban transformándose en sombras cada vez más indefinidas. Al principio sentía el arrastrar de sus pies, luego tuvo la sensación de ser transportada por un cuerpo que ya no era el suyo. Todo daba vueltas, creía ver a través de un lente fuera de foco. Sintió nauseas y comenzó a acelerar el tranco, trató de poner los pies en la tierra, reconocer su entorno, tomar conciencia de sí. Sólo quería llegar, desaparecer del tumulto. Sentía el calor de la sangre que manaba con fuerza como una catarata. “¿Y si estoy haciendo el ridículo?” pensó. “Capaz que voy goteando y no me doy cuenta”. El barullo infernal de coches, bocinas, gente, no le permitía pensar con claridad. En medio de la confusión vio un ómnibus y siguiendo la corriente de una masa indefinida lo tomó. Temía que algo le pasara, que su cuerpo traicionara su mente y le impidiera llegar a destino.
Cuando bajó del ómnibus su malestar era el mismo o peor, pero la tranquilizaba el hecho de estar cerca de casa. Sombras de niños, perros, bicicletas se le cruzaban por todas partes; al no poder ver con claridad, no le quedaba otra más que caminar despacio.
Al llegar Gabriela la retuvo con fuerza; la angustia de la espera se acrecentó al ver a su hermana hecha un despojo humano, pálida y con los ojos desorbitados. Ella volteó la mirada y con suavidad se sacó de encima las manos que la sujetaban. Entró a su cuarto, se cubrió de pies a cabeza y deseó, como nunca, dormirse para siempre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Este cuento, sobre tema tabú, es muy necesario, muy valiente. Está contado sin excesos, con la sensibilidad contenida, apelando a los sobreentendidos con el lector. Muy bueno. Creo que merece ser más complejo, contar la historia del antes, donde se presentaría al personaje de la hermana, para que el final, con el cambio de punto de vista narrativo, quede más logrado. ¡Felicitaciones!