No sé utilizar paraguas. Cuando trato de hacerlo tengo líos, sucede que me meto en charcos o me tropiezo con cosas por vigilar que la parte superior no se enganche en otros paraguas o en salientes de las paredes, en árboles o en personas, o bien lo contrario, me ocurren accidentes aéreos mientras vigilo los pies. Es una mala experiencia, y no puedo comprender cómo la humanidad no ha superado el paraguas. Yo trato de hacerlo, o bien usando una gorra y una campera impermeable o, en la mayoría de los casos, quedándome en casa cuando llueve. Es lindo ver llover desde mi casa, un tercer piso con un ventanal muy amplio. Y no sólo es lindo ver llover, sino mirar cualquier cosa que suceda en la calle, o incluso cuando en la calle no sucede nada, de noche, nada humano quiero decir, porque con los árboles siempre hay un diálogo posible.
Mario Levrero (de El alma de Gardel, Trilce, 1996)
1 comentario:
Qué hermoso final. El maestro siempre enseñando aún en breves relatos como éste. Lo leí extrañada pues a mi me encantan los paraguas, me parecen un pequeño refugio desde donde observar a veces sin ser visto. Me hizo reflexionar también sobre los gustos personales que pueden ser tan opuestos que a veces asombran, esa es la impresión que me produjo.
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